En el mismo instante en que un pintor académico y pedante se opuso a la fotografía en nombre de la decencia, apareció alguien dispuesto a decir que precisamente lo mejor de al fotografía era lo que el primero había denunciado. Tanto uno como el otro recibió su parte de aplausos. La mayor peculiaridad de los tópicos es que su inversión también lo es.
Quienes tenían que darse por aludidos llegaron con el aplauso preparado.
Irrumpir en una iglesia para proclamar que Dios está muerto es tan inútil como para hacerlo para anunciar que está vivo.
El efecto destructor de la libertad creativa: ya no existe el peligro de que ninguna lectura resulte subversiva; no porque al ser tolerado todo triunfe lo mayoritario o lo que cuente con el apoyo de la mayor industria; sino porque nadie tiene tiempo, al estar ocupado con lo suyo, para dejarse subvertir. Sólo se buscan fuentes e ingredientes para las propias obras, que sí serán subversoras.
Se piensa ingenuamente que en cuanto desaparezcan las detestables ideologías comenzará el reinado del sentido común. El espacio intelectual liberado quedará libre para que lo ocupen ideas de pleno derecho; mejor dicho, para que lo reocupen: el reemplazo, en tanto restitución, se producirá por sí solo, será providencial, lógico, cuestión de entropía. Viene a decir esto, entonces, que el problema radicaba en que el anterior ocupante era un usurpador, dejando aparte sus propios defectos.
Sería más adecuado, sin embargo, pensar que no ha desaparecido el problema, que era y es, precisamente, la existencia de esa casilla vacía,. Está en ella admitir exclusivamente ideas abyectas, por no decir que se tornan abyectas en cuanto ahí encuentran su acomodo.
Podría decirse incluso que es esa casilla de la conciencia la que se encarga de producir a sus ocupantes sucesivos, así como de irlos renovando para que en esencia la ocupación siempre sea la misma.
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