“En cierto modo tengo que ser una persona muy moderna dado el efecto tan extraordinariamente benéfico que el cine me produce. No puedo imaginarme mejor descanso del espíritu para mí que una película americana. Lo que veo y la música me producen una sensación de dicha, quizá en un sentido infantil, pero no por ello menos fuerte. En general, como he pensado y dicho a menudo, el cine es algo muy parecido al sueño y las ideas freudianas son susceptibles de aplicarse inmediatamente a él.”
(L. Wittgenstein, Movimientos del pensar, p.31)
En la matoría de las películas, la caracterización psicológica de los personajes es la justa desencadenar un proceso rutinario de identificación. No se trata de la forma de hablar, los gestos, la respiración, ni mucho menos de sus actos o ideas. Su realidad ha sido compuesta a la manera de un bodegón: mediante la acumulación más o menos verosímil de objetos. No es ninguna disculpa que a veces sean de época, de anticuario, rehechos por especialistas en atrezzo. Un director que no sepa decirnos nada de un personaje por su forma de pisar tampoco podrá expresar la fotogenia de ningún objeto ni los misterios que descubre en cine la mera manipulación del objeto más cotidiano (echar a las hormigas con un papel encendido, poner un plato de leche a un perro, etcétera). Queda crudamente al descubierto que ser es tener. No se trata de un drama, sino de nuestra única esperanza de entender a los demás; el único medio del que disponemos para reconocerlos como compañeros de especie.
Para consumir un personaje, dispongamos el espectáculo de lo que consume él. Quizás no deseemos compartir de veras sus peripecias, pero seguramente sí su decorado. La sutileza y detallismo de tal caracterización serán evaluadas filisteamente como valor añadido de la película, como una prueba más de minuciosidad y amor al detalle. Así mantiene su vigencia la idea de la existencia de las personas normales. Es más, refrenda la existencia de unos universales —unos elementos constituyentes básicos, científicos, y con ello queda todo dicho— que, combinados, conforman cada YO, y cuyo descubrimiento y destilación es por sí mismo interesante, y más si esta presunta disección psíquica se realiza con mucho arte y oficio.
Escenificaciones sin más valor que su valor de repetición: repetidas en múltiples televisores, en diferentes fechas; arquetipo para las sucesivas, idénticas escenificaciones de otros, iluminados en busca de gloria, ubicuidad. Multiplicación como desaparición.
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