“Creo que cuando has contemplado las emociones desde cierto punto de vista, ya no puedes volver a concebirlas como algo real.”
(Andy Warhol)
Gracias al Amor, todas las narraciones resultan comedias, y todo acontecimiento se revela un círculo que se cierra. Comparadas con las tragedias, las narraciones románticas rebosan crueldad y resentimiento, violencia y resignación; todas las condiciones que rodean a los protagonistas al final quedan benditas porque han propiciado su encuentro o reencuentro, descubrimiento o redescubrimiento: los enamorados felices pasarán el resto de sus vidas comiendo perdices, sin asomarse al mundo exterior más que para arrojar bendiciones al statu quo y asistir a las reuniones de la Asociación de Padres de Alumnos, donde su comportamiento será discreto pero ejemplar. La historia de amor es el ingrediente que la industria del cine añade a todo argumento para esterilizarlo y convertirlo en un placebo, en una conmoción sin movimiento.
No hace tanto que el cine americano se negaba a mostrar el lecho donde mantenía relaciones una pareja soltera o adúltera. Ahora que rara es la película que no contiene la representación de alguna forma de coito (sólo se salvan las de Disney y, curiosamente, las pelíclas más arriesgadas del cine independiente europeo), lo que sigue sin repersentarse son los coitos bendecidos por el matrimonio. Es revelador que no se suela aludir a la posibilidad de contacto sexual entre personas larga y satisfactoriamente emparejadas. El puritanismo se encuentra aquí con lo reducido del número de argumentos permitido. Los ancianos podrán tener vida sexual a condición que se comporten como adolescentes descerebrados, y vendan su alma a cambio de la conquista. Una vez concluida la caza erótica, desaparece la carga dramática.
Fijémonos en los personajes secundarios de la trama: el amor roza a los comparsas, y más vale así, pues cuando los toca es para emparejarlos con la oveja que les corresponde. No apartemos la vista del escudero a lo largo de la historia: él no tiene siquiera derecho a las ilusiones del amor. Si le tomamos como el verdadero protagonista del relato, y releguemos a segundo plano a la pareja de enamorados, como en esas películas de los Hermanos Marx lastradas por un romance cursi y que ahora parece una broma de dudoso gusto, una blasfemia fracasada. Desde este punto de vista, se revela insoportable la subordinación y opresión de las que son conscientes todos menos los enamorados, quienes se identifican sin reservas con la fuerza que los golpea. Para ellos, el riesgo de ser aplastado por las absurdas contorsiones de la burocracia es un hecho de la vida, ruido de fondo psicológico, como el miedo a la falsificación, al envenenamiento y al cáncer.
Para la propaganda, el amor es la única aventura posible en las condiciones modernas de existencia.
Se podría rastrear el año y mes y día en que los científicos descubrieron de una vez por todas el crucial papel del sexo en la vida humana, en el comportamiento de cada individuo, en la composición química de cada contribuyente. Cuesta imaginarse una época en que el magreo —físico o sentimental— no fuera el interés humano número uno.
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