Una vez me pidieron que barnizara un texto ajeno. Un compromiso violento. No había que ir de estilista para darse cuenta de que lo que necesitaban aquellas desgraciadas páginas era un trabajo completo. Además, la autora, plenamente metida en el papel de mujer, en realidad hablaba siempre, incluso cuando describía su lavadora, de desamores y de la búsqueda del compañero perfecto. Pero ahí vi abierta la salida de emergencia: recurriendo momentáneamente a las armas del enemigo me confesé incapaz de abordar el texto sin traicionar su punto de vista, etcétera, e hice mutis por el foro.
Aún así, a pesar de lo agradecido que estaba a los tópicos del género, o más bien por verme obligado a mirarlos más de cerca que de costumbre, tuve que preguntarme: ¿Cómo era posible recrearse tanto en el desamor, gozar de sentirse despreciada por el Hombre, así, como ente metafísico-político? Bueno, la respuesta es más que fácil: quien más hable de el Hombre, más se sentirá la Mujer. El truco más viejo del catálogo... Claro que una cosa es llevar años y años viéndolo explotado por todos los profesionales del espectáculo y otra comprobar en directo que hay personas de carne y hueso dispuestas a vivirlo.
No hay amores desgraciados. Enamorarse es, por sí mismo, acontecimiento y embriaguez que se basta a sí misma, intoxicación que no se deja describir por quien está bajo sus efectos. De lo que se habla no es del amor, sino de la persecución erótica, de las frustraciones que conlleva querer fundir enamoramiento y conyugalidad, catálogo de Barbie y cotilleos de tertulianas.
Y si hablamos de describir el proceso de identificación de la presa, la persecución, la frustración de alcanzarla o de no alcanzarla, el volver a empezar... estamos enumerando los condimentos que precisa cualquier narración. Probablemente sólo se dé importancia, saboree y prolongue estos sucesos para tener algo que contar. Un amorío no narrado, de acontecimientos sin hilar, ¿merece tal nombre?
Puede que el amor sea siempre melancólico por no ser más que postergación, persecución como fin en sí misma, más satisfactoria cuanto más anunciado esté que no podrá ser consumada o que se quedará en nada en cuanto lo sea… También puede deberse a lo contrario: a que la existencia del amor sólo se dé póstumamente, como el relato que toma forma cuando el Don Juan desnuda su atormentado corazón ante una doncella recién conocida.
Un conocido contó un día a una amiga común que el mundo le asqueaba, aunque él mismo se daba más asco todavía, con toda su mediocridad, el pasado de cobardías que arrastraba como una cadena, sus grandes gestos… Como no tardó en comprobar, nada de lo que añadía era capaz de desmentir la interpretación que su oyente había realizado en el primer momento: se hallaba atravesando una profunda crisis matrimonial; y así lo comunicó en cuanto se quedó sola con otras ocho o diez personas. De todos modos, tampoco su audiencia hubiera estado abierta a una interpretación distinta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario