Cuanto mejores son nuestras condiciones de vida, cuanto más cerca queda una sociedad plenamente liberada del trabajo y de las necesidades materiales, más mengua la distancia que separa el Infierno del Paraíso.
Resulta que el mayor placer que se pueda soñar consiste en residir dentro de un cercado de alambradas (pagándolas, así como al vigilante armado), en medio de un páramo repleto de grúas y máquinas en pleno funcionamiento bajo un sol abrasador, a kilómetros de ninguna parte. Como consuelo, hay (todavía) un bosque en las cercanías, algún día descubriremos cómo cruzar indemnes la rápida y segura autovía que nos separa de él.
La televisión nos informa segundo a segundo de guerras y eventos de gran trascendencia, pues influyen en el precio del barril de petróleo, cuyas oscilaciones determinan directamente de cómo disfrutaremos nuestro tiempo libre.
No obstante, los hogares perfectos que nos muestran las revistas de decoración suelen carecer de televisión. A duras penas aparece la que suele ocupar el obligado altarcillo de la sala de estar (si está, parece que como objeto de diseño). Mucho menos aparece la de la cocina ni se insinúa que haya una en cada dormitorio.
Estas hiperrealistas familias de las series televisivas no tienen tiempo que desperdiciar aburriéndose durante horas. Se ve que la presencia de un televisor anula tanto las pretensiones estéticas del diseñador como los intentos hechos por los guionistas para individualizar sus personajes.
Attrezzo adicional: catálogos de venta por correo, folletos buzoneados sobre las promociones del supermercado para esta semana (estamos en su base de datos; en Navidades, decoraremos el árbol y el belén con las felicitaciones que nos envían las grandes cadenas), algunos CDs, una cantidad conveniente de libros. Sus títulos, previsibles: clásicos de la cultura que permanece inalterable, congelado de una vez para siempre en el día en que fue fundada la vivienda familiar. Garantía de conformidad y de equilibrio, a ninguna visita se le ocurriría jamás sospechar que sus anfitriones jamás los hayan leído.
La colección aumenta imperceptiblemente cada año. El grueso best-seller de turno desplaza su masa de mesita en mesita durante algunos meses hasta que, generalmente después del verano, desaparece.
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