El universo concentracionario


El examen de plazas, de todo lugar de uso público, muestra en qué se tiene las actividades comunitarias, privadas, no promovidas, gratuitas .
Toda aglomeración realmente espontánea -no educativa, no subvencionada- resulta non grata. Se la destina a espacios que en un lenguaje mudo pero perfectamente inteligible repiten: “circulen, circulen”.
Los urbanistas y arquitectos no podrían inventar plazas y parques que no entraran en contradicción con sus principales actividades. ¿Con qué fin ha de diseñarse una plaza?: ¿para albergar arbolitos en cuyos alcorques defequen las mascotas, para descargar carruseles y escenarios en las fiestas organizadas por la municipalidad, o para que, como quien no quiere la cosa, acojan el excedente de automóviles que aparcar cada noche?
Para el encuentro son mejores las aceras, a pesar de ser estrechas y sempradas de postes, farolas y zurullos, o las terrazas de los bares, pese estar cercadas por desbordantes contenedores.
Hay que huir de los lugares de reunión planificados por los urbanistas: huelen a lugar de concentración, clasificación y fusilamiento. La Ciudad se desarrolla sucesivamente y de fuera adentro y de dentro afuera, una red concéntrica de campos de exterminio.

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