
Hacer uso del coche constituye un fin en sí mismo. El auto aprovecha cualquier vía que haya abierta. La densidad de circulación siempre será excesiva, histérica.
No se realiza aparcamientos en auxilio de los residentes: todos los aparcamientos practicados siempre acaban resultando escasos, nunca faltan prospecciones para excavar aparcamientos adicionales en cualquier lugar, por inverosímil e incómodo que sea.
No se trata únicamente de intereses privados. Se trata de la necesidad de hacer sitio para nuevos vehículos, de facilitar la reinversión económica. La construcción de aparcamientos, en cuanto depósitos de coches nuevos, es condicionada por el ritmo de consumo de vehículos. La producción de autos, la mercancía por antonomasia, lleva a remolque todas las demás mercancías. Estando el capitalismo basado en el exceso de producción, no hay producto que sufra mayor depreciación, que se reponga a mayor velocidad y cuya posesión sea más innecesaria y obligada que el automóvil. No en vano la propaganda dedicada a ensalzar el transporte privado condensa TODA la pus ideológica con una lucidez, descaro y exhaustividad que y quisieran los supuestos enemigos del llamado modo de vida occidental.
No podemos esperar que cese el ritmo de prospección y realización de aparcamientos ni olvidar los efectos que tendrá en el conjunto de la red de tráfico cada vez que uno nuevo sea inagurado. Se podría proponer una solución definitiva: promover el universal colapso de las vías de circulación: en el momento en que la totalidad del espacio público quede ocupado por vehículos, se los abandonará y se renegará de su propiedad. La chatarra abandonada quedará disponible para otras formas de comportamiento.
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