Se concedió audiencia a las almas cándidas. Éstas se adentraron tímidas por los pasillos, hasta llegar a la Sala del Trono. Allí refirieron a Sus Excelencias con respetuoso tono qué bellísimos parajes había que proteger con la mayor urgencia, cuáles eran las preciosas especies animales que se hallaban al borde de la extinción, qué vastas zonas del globo quedarían arrasadas por catástrofes naturales, sin olvidarse de pasar lista a los abusos, errores y olvidos que diezmaban a miles de millones de desfavorecidos.
Al cabo de varias horas, Su Majestad se despidió de ellos con un agradecimiento en absoluto fingido. Dícese también que el Secretario Mayor se ocupó personalmente de tomar nota de cada asunto que se mencionaba, sin que se le escapara un solo dato, y que cuando prometió difundir la información provista entre sus Secretarios Adjuntos, en cuanto la tuviera pasada a limpio, también hablaba totalmente en serio.
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