Madre de todas las parábolas

Esgrimiendo su pipa nuestro catedrático había arrancado a hablar, sin que se supiera a ton de qué, sobre el Árbol del Edén. Invitaba, a su pequeño cenáculo de estudiantes, admiradores y/o detractores, a su merced esa tarde, sin ganas de abandonar su asiento en la terraza del bar, a meditar acerca de lo que implicaba que fuera el trabajo, y no la razón, el responsable de la existencia del hombre.
El Árbol de la Ciencia mencionado en el libro del Génesis, venía a decir, no ofrecía el don del lenguaje, sino algo bien distinto. En el Edén todo estaba dado de suyo, y el hombre vivía como los pajarillos del Nuevo Testamento, a los que no falta de nada.
“El Árbol de la Ciencia simboliza el primer árbol que fue talado, en el acto en el que la Naturaleza deja de ser sagrada, recibida pasivamente, pasando a ser analizada y explotada, como fuente de vestidos, leña, tablones para hacerse una vivienda, papel. Deviene así, para abreviar, algo que es posible talar, injertar, replantar y manipular si a uno le da por la horticultura... Esa es la Ciencia, esa es la Vida que contiene el fruto del Árbol: que uno de repente toma la suya en sus propias manos y en vez de seguir dándole igual vida que muerte, se ocupa de construirse su propia vida a su gusto, en vez de confiarse a la buena voluntad del Jefe de allá a lo alto...”

“Trabajar el mundo es, para el hombre, crearse a sí mismo”, puntualizó, intentando lucirse, una alumna remotamente marxiana.
“Exactamente”, alabó el profesor, que destacaba por defender celosamente en toda ocasión y circunstancia su protagonismo escénico. “El desarrollo de manos con pulgares oponibles y la adquisición de la posición erguida son inseparables de la evolución de los órganos vocales sin que se pueda decir que uno es la causa y el otro el efecto. Ambos procesos son uno y el mismo: transformación material es transformación simbólica. Hay una correlación entre lo que hace –su forma de habitar el mundo, como explicaré en un seminario el curso próximo- y el hecho de bautizarlo todo y convertirlo en un cosmos legible, lógico y pleno de significado...”

“A ver cuándo los políticos, los empresarios y los alumnos se cargan las universidades de una puta vez y se deja de oír tonterías como esas”, comentó una voz proveniente de una mesa vecina. “Si en vez de hacer refritos de enésima generación te hubieras atrevido a leer con tus propios ojos te habrías dado cuenta, pequeño funcionario, de que en el Génesis se habla de dos árboles: el de la Vida y el del Bien y del Mal. Satán, disfrazado de sierpe, le dice a Eva que Dios prohíbe probar del fruto del primer Árbol porque concede la inmortalidad. Y eso es justamente lo contrario de lo que obtienen, pues no era el Árbol de la Vida, sino el del Bien y del Mal. ¿Por qué les mintió así Dios? En realidad el único don del fruto prohibido es el conocimiento de que Dios hace trampas. Conocer el Bien y el Mal consiste en descubrir que Dios es un farsante, capaz de decir que un Árbol tiene unas virtudes prodigiosas ficticias solamente para tentar al hombre."

"Satán, que presuntamente busca por envidia la caída del hijo predilecto del Creador, no es más que el mamporrero que lleva a cabo los encargos con los que Dios no quiere ser asociado, si es que no es Dios mismo disfrazado de criado revoltoso. ¿No es como la historia del padre que dice a sus hijos que se dejen caer desde una mesa de espaldas y con los ojos cerrados, y les deja caer y abrirse la cabeza, y remata su tarea diciéndoles que han de agradecerle la lección que les ha dado: que no hay que fiarse ni del propio padre?”

Se habían apagado las luces del bar. En la calle tampoco lucían las farolas. Ya estaba entrada la noche y un apagón afectaba al barrio entero, entre cuyas calles se perdieron los últimos ecos de la ronca y pastosa voz del desconocido.

1 comentario:

Yolanda dijo...

¡cuanto para leer en el puente....!
¿se puede pedir una ilustración para amenizar el texto? (que por pedir no quede)