Un añadido y una apostilla

1. (El añadido.) El habitante de la madriguera sentía una gran satisfacción cada vez que sus interminables tareas de ampliación le conducían a un fragmento de túnel viejo y olvidado. Este hallazgo le ahorraba muchas horas de trabajo, cada par de metros de obra abandonada que podía anexionar a su laberíntica construcción estimulaba sus ganas de seguir excavando, pues a este ritmo la extensión de la madriguera superaría con mucho lo que correspondería a las horas invertidas en ella. Su avance permanente le impedía notar que las porciones que dejaban atrás se iban derrumbando, y con toda probabilidad era su mismo avance el que causaba tal desplome. En realidad, al moverse únicamente hacia delante, excavando y excavando, el habitante no se percataba de que atrás no dejaba nada más que fragmentos de túnel cegados; podría decirse incluso que su verdadero propósito era no dejarse tiempo para darse cuenta de que constantemente descubría sus mismos ramales.


2. (La apostilla ("La maldición de Oscar Wilde")) Retocar el original una y otra vez, añadir y tachar y volver a añadir, creyéndose que sólo por tanto vaivén, el texto se ha asentado –que está más trabajado. Crees, como un filisteo, poder medir la calidad en horas de aburrimiento.

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