
Es una Verdad que ellos mismos han identificado – y no es tarea baladí saber de qué van los divinos designios- por votación y mediante toda suerte de componendas entre los prelados, cardenales y matones varios presentes o por poderes.
Afortunadamente, todos ellos se favorecen de la inspiración del mismísimo Espíritu Santo.
Como en una justa caballeresca, la voluntad divina desea la victoria de Su favorito. Es fácil reconocerle: suele ser el que vence.
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