Cada nueva visita papal produce las críticas que son de rigor en todo país laico que se precie, en cualquier país laico consciente de serlo (pues son esas críticas la prueba de que es un país laico cualquiera). Los medios que se precian de ser comprometidos, los medios que quieren demostrar que son comprometidos, se atreven a recoger atrevidas declaraciones, las de personas que osan echar en cara al Papa de turno (esta vez, el pobre Benedicto) que sus declaraciones son incívicas, que siempre se las arregla para dar mal ejemplo, que ya basta de que Iglesia Católica siempre esté tan desfasada respecto a la sociedad actual: ¡una institución con semejantes recursos materiales, con semejantes tentáculos ideológicos, y tal poder de manipulación e idiotización, al menos podría tener la gentileza de currárselo un poco! Ya que no han de dar cuentas ante nadie, que se preste atención a las verdaderas necesidades del presente... Puestos a decir mentiras, que haya de vez en cuando un cortés guiño a la actualidad. Y es que cuesta tan poco ponerse al día... que mostrarse reticente a ello constituye todo un desprecio, un desafío a los contenidos transversales de los temarios escolares del mundo entero.
En vez de hacer este falso y reaccionario reproche, más valdría comparar las giras del Papa y su corte las de los Rolling Stones, o con el Mundial, conforme a su verdadera naturaleza. Pero nadie difundiría unas críticas así, serían menos que nada. Así que ¿para qué molestarse en hacerlas? Es irrespondable y narcisista desaprovechar una minúscula ocasión de aparecer en pantalla soltando manifiestos y luciendo poses que no pasarán jamás el filtro. Para disfrutar de unos segundos de atención hay que ser mínimamente constructivos. Hay que repetir las cantinelas de siempre: ¡que den todos esos millones a los pobres!, ¡es un montaje para distraernos mientras derriban/queman/construyen algo! Son chorradas consabidas, dichas por obligación: o eso o nada. Al menos, así se menciona esos temas en la tele de vez en cuando. Como los sorteos o anuncios de ropa interior con coartada humanitaria. (Apuéstate todo tu dinero en nuestro juego, los beneficios van a UNICEF; no te niegues, no seas egoísta: si te toca, dales el premio a los pobres, o úsalo para convertirte en cooperante a jornada completa el resto de tu vida... Ya ves que no tienes excusas...)
¡Qué temeridad, esto de exigir más consideración a determinada gente! El día que el Vaticano se deshaga de de jerga patrística y sus ritos de antiguas tribus nómadas, normalice la vida sexual de sus funcionarios, deje de mezclar represión, teología y ginecología, depure sus archivos, reduzca la Biblia a su décima parte y reforme su imagen (Disneylandia y Hollywood le han abierto el camino para ello multitud de veces)... En fin, tras mostrar un mínimo de consideración y demostrar que en el fondo se nos quiere, la Iglesia no sólo recuperaría a todos aquellos que desertaron por aburrimiento, sino que se metería a países enteros en el bolsillo, a continentes enteros deseosos de ser engullidos mientras hacen cola ante la puerta de la iglesia agitando fajos de billetes.
Debemos agradecer a la homofobia, el cutrerío, la inercia y la corrupción de una burocracia elefantiásica que aún nos queden resquicios en que ocultarnos.
Creo ingenuamente vivir en uno de estos intersticios, pero un día abro la puerta y me encuentro a una joven que quiere proponerme el ingreso en el Círculo de Lectores.
Peor aún: una joven que, al asomarse al interior de mi madriguera, ha observado alarmada que tengo un cactus frente la puerta y, además, junto a un espejo, y se olvida de sus obligaciones para hablarme, con toda su buena voluntad, de espíritus, auras, vibraciones y me revela que el Feng-Shui es algo más que una forma de confeccionar centros de mesas: es una religión oriental convertida en folklore, y luego reciclada sin miramientos como pasatiempo en los centros cívicos. Lo que antaño tuvo de simbolismo (o superstición), tras haberse convertido en normas de participación en un juego, reaparece como nueva manifestación de la Religión.
Ya lo advertía Susan Sontag: es un error creer que a alguien pueda interesarle establecer un régimen teocrático en los EE.UU. ¡Son tantas las ventajas de la libertad de culto!
Ningún Poder civilizado puede encontrar pegas a que toda persona normal disponga, a poco que busque, de un dogma a la medida de sus necesidades.
(En el país más religioso del mundo, quien no pertenezca a alguna confesión, aún minoritaria, disidente, fundamentalista o estrafalaria, no es una persona de fiar.) En un Estado laico, toda y cualquier confesión es buena dado que todos tenemos confesión, lo sepamos o no.
Incluso si nos resistimos a admitirlo: seguramente el que más protesta es el más fanático (¡cuidado!). No es tolerancia, sino la constatación de que a cada persona le corresponde un dogma, sea el que sea.
Es cuestión de supervivencia: tú nos dejas que carguemos con nuestras supersticiones y a cambio te dejaremos que arrastres toda la vida las que te han tocado, y sin rechistar.
Por otra parte, en los países desarrollados, el Estado presume de ser laico, pero apreciándose laicismos de distintas clases, conformes a los votantes mayoritarios: ateos católicos, ateos protestantes, ateos judíos…
Lo que distingue a los pueblos (y gobiernos) bárbaros, sin embargo, es no poder contar todavía con esa opción.
Cualquier africano, por ejemplo, ha de ser, de nacimiento, musulmán. Ni el más anticlerical podrá osar llamarle papanatas.
¿Tiene derecho entre nosotros un hombre de raza negra a renegar de Alá? Sí... a condición de que la razón sea convertirse en adorador de la Pacha-Mama o a alguna deidad autóctona de la tierra de sus bisabuelos.
A los secuestrados en Guántanamo sólo se les respeta un derecho: el de hincharse a leer el Corán; sólo un atropello hiere la sensibilidad de los responsables máximos de las torturas: ¡alguien ha tergiversado nuestro manual!, ¡han metido un Corán en una taza de wáter, junto la cabeza de la persona que lo estaba leyendo!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario