
Este cabecilla abría la cabeza a los demás machos, pues, y también a alguna que otra hembra a modo de aviso y escarmiento preventivo, como actualmente se diría, y dejaba los cuerpos allí donde caían para que sirvieran de alimento a los buitres y chacales que,como un séquito, le seguían a escasa distancia.
Así fue hasta el día en que, por vez primera, decidió enterrar a una de sus víctimas, la única cuyo nombre ha llegado a nosotros, pues lo escribió en la lápida que le puso.
De este modo fue “Abel” la primera palabra escrita, arañada en la primera piedra de la primera ciudad, y se fundó en un solo acto la escritura, la civilización y la raza humana.
Y también a un Dios que pudiera designar a Caín, retroactivamente, “guardián de sus hermanos”.
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