Una parábola

Érase que se era una vez una pequeña tribu cuyo macho dominante eliminaba uno tras otro a los demás machos, parientes directos suyos en esa sociedad de libre apareamiento, en cuanto adivinaba en ellos la capacidad de convertirse en un rival.
Este cabecilla abría la cabeza a los demás machos, pues, y también a alguna que otra hembra a modo de aviso y escarmiento preventivo, como actualmente se diría, y dejaba los cuerpos allí donde caían para que sirvieran de alimento a los buitres y chacales que,como un séquito, le seguían a escasa distancia.
Así fue hasta el día en que, por vez primera, decidió enterrar a una de sus víctimas, la única cuyo nombre ha llegado a nosotros, pues lo escribió en la lápida que le puso.
De este modo fue “Abel” la primera palabra escrita, arañada en la primera piedra de la primera ciudad, y se fundó en un solo acto la escritura, la civilización y la raza humana.
Y también a un Dios que pudiera designar a Caín, retroactivamente, “guardián de sus hermanos”.

No hay comentarios.: