Parábola dos

Se cuenta que cuando Dios andaba con sus secuaces en la región de los gadarenos, se adentró por un camino por el que nadie se atrevía a pasar.
Un endemoniado habitaba en una necrópolis cercana, desnudo y feraz.
Hacía mucho tiempo que un espíritu inmundo se había apoderado de él y le empujaba a los desiertos sin que pudieran retenerlo cadenas ni grilletes.
Y siempre, de día y de noche, andaba dando voces entre los sepulcros y retorciéndose sobre los afilados guijarros de los montes.
Y este endemoniado, al ver a lo lejos a Dios corrió y echándose ante Él y Le clamó con fuertes voces: “¿Qué tienes contra mí, hijo del hombre? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?”
Y Dios le reprendió: “Te conjuro que no me atormentes”.
Y allí cerca estaba paciendo un numeroso hato de puercos y los demonios rogaron: “Si nos echas fuera permítenos ir a aquel hato de puercos”.
Y Él les dijo que fueran a ellos.
Entonces el espíritu inmundo sacudió con violencia al endemoniado, derribándole en medio de todos, y dando grandes voces salió de él, dejándole ileso.
El hato echó a correr hacia un despeñadero y se precipitó al mar.

Este hombre, al que la tradición llama Jesús, fue encomendado con la misión de servir de prueba viviente de los poderes de Dios, quien le envió eternamente por los caminos.

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