De poco sirvió que Jesús dijera que sólo debería osar arrojar la primera piedra quien estuviera libre de pecado.Cabe sospechar que se adelantó uno, el más fuerte, el más brutal, que apartándole a un lado y se dirigió al populacho, que apenas podía contener su sed de linchamiento, y voceó estas razones:
“Sabéis todos que no hay bajeza que no haya cometido, que tengo sobradas razones para temer que Dios me fulmine en cualquier momento. Tanto me da, pues, añadir riesgo al riesgo y pecado al pecado. Venga, delegad en mí el asestar la primera pedrada, que es la que cuenta; después ya podréis tirar los demás sin complejos.”
Aunque ¿quién sabe lo que tiene de cierto la imagen de la Virgen María armada con un enorme y afilado pedrusco y aplastando con él la cabeza de la prostituta, como si éste fuera el acto para el que Dios la había mantenido inmaculada?
Los hermeneutas expertos han decidido, no obstante, que lo más posible es que ocurriera lo siguiente: la turba cruzó miradas de complicidad, contó “uno, dos, tres” y lanzó las piedras a lo alto, apartándose.
Tras la mortífera lluvia de piedras miraron en derredor diciéndose unos a otros:
“¿Quién ha sido? Que el Señor castigue a aquel cuya piedra cayó la primera, pues sólo Él es capaz de saberlo.”
Y concluida así la faena cogió el populacho a Jesús en volandas hasta el pilón de la localidad y allí le ahogó. Y más tarde erigió allí en su honor un monumento.
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