Videoarte

En una sala se proyecta una obra de vídeo arte, un bucle que no descansa aunque no haya nadie mirando; cabe imaginar que el creador o creadora exige a lo comisarios que la repetición prosiga cuando el centro de exposiciones esté cerrado.
Recuerda más a las emisiones ininterrumpidas típicas de los medios de masas (siempre trabajando, ya que el dinero, la oferta y la demanda no descansan jamás) que a una instalación conceptual: sería fácil disponer un mecanismo de activación -una célula fotoeléctrica o un sensor- para que la proyección comenzara al entrar alguien (tal vez dejar a los cuidadores a cargo de activarla por control remoto cada vez que alguien entre en la sala sea una ingerencia, aunque a saber si alguna disposición exige alguna titulación específica para poder encargarse de ello). Hay una posibilidad muy escasa de entrar en la sala en el momento justo en que comienza la proyección.
Pero ya que no soy tan inteligente como para ser el primero en pensar eso, habré de suponer que el autor es plenamente consciente de este efecto y entra en sus propósitos. Jugar con la idea de una proyección abandonada, como medio y no como fin en sí misma. Pues si lo fuera se preocuparía de que se la viera de la forma “correcta”. Así que me interpongo ante la pantalla, hago sombras chinescas, observo el chorro sobre la palma de mi mano.
Al poco viene un guardia de seguridad a reconvenirme y desengañarme. Aunque yo sea el único visitante de la exposición, la obra es la obra y hay que respetarla, dejando la proyección intacta. Pero si no hay nadie viéndome gesticular ante la obra ni tampoco podría dañarla, ¿qué puede tener esto de malo?
-Esta impidiendo que sea vista tal como dispuso el artista.
-Estoy solo, no hay nadie más aquí. (Si no la ve nadie, ¿existe la obra?)
-¿Y qué ha venido yo a hacer aquí? Yo veo lo que haces con la proyección mediante la camarita que está en ese rincón de arriba. O paras ya o te vas a la calle.
No pude menos que obedecer, pasmado como estaba por las implicaciones de la revelación que de forma tan trivial se me había hecho: el guardia de seguridad no estaba tanto para proteger la integridad física de la exposición (o de su posible público) frente descuideros, chiflados y resentidos, como para garantizar mediante sus múltiples cámaras orientables que las obras seguían existiendo en todo instante y que no se desvanecían durante las infinitas horas que permanecían aburriéndose el las salas desiertas. Demos una nueva vuelta de tuerca: tal vez el artista era consciente de ello y concebía sus obras a sabiendas que su único público verdadero, tras pasar por el filtro del circuito cerrado, eran los ojos del servicio de vigilancia.
Era cómico que en otra sala de la misma institución hubiera otra instalación, consistente en una pared cubierta por fotos de las “cámaras de seguridad” que hay repartidas por la ciudad. Daba a entender de forma bastante eficaz que podía hablarse sin problemas de decenas de millares. Mas entre las fotos no vi citadas cámaras como las que en ese preciso momento estaban vigilándolas.

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