Burbuja.- Silencio y, de repente, una explosión. Los vecinos han llegado a casa. Portazos, frenazos, voces viriles y gritogemidos femeninos. El interruptor de la luz debe de accionar automáticamente también la televisión. Los alaridos de las actrices saturan la banda sonora, siempre en ese registro que sirve tanto para el pánico al descuartizamiento como pare el más deportivo de los orgasmos. Todo ello al mismo tiempo, como apelotonado en el altavoz del televisor durante horas esperando el momento de recibir la libertad. No sé si la gente es consciente del número de películas que ve al día en sus hogares –aunque sea fragmentariamente- y que en todas ellas –yanquis, naturalmente- la banda sonora es usada constantemente al 100%. ¿Se debe al contraste con el silencio roto? No, porque continúa el fragor durante horas y horas. Sólo es consciente quien no percibe las imágenes que acompañan esta avalancha, aquel que está situado fuera de esta aislante burbuja sonora. Ellos no saben a qué volumen tienen su televisor, del mismo modo que los peces desconocen la anchura y el caudal de su río de tanto que se confunden con el agua.
Beatos.- ”Quedan los frailes… Pero, ¿quién los escucha? Los beatos, pero sólo por vanidad.” (D.A.F. de Sade)
Benjamin.- “Ciudadano de todos los países, menos del que le extendió el visado.”
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