Línea cero

Una señora mayor y bastante voluminosa cae de bruces al suelo al apearse del autobús. Intentamos levantarla entre tres o cuatro pasajeros, que pronto nos damos cuenta de la gravedad de la caída. Aunque no deja de lamentarse, la señora trata de tranquilizarnos, asegurándonos que, de todos modos, se dirigía al consultorio cercano, a una cita con su médico.

No importa tanto pasar 10 minutos en la parada aguardando la llegada del autobús como haber llegado a tiempo de ver alejarse el anterior, el que hemos perdido. Desde el momento que lo vimos, se decidió que era ése el nuestro, y no el que tendremos que coger.

Cuando uno ve, en el autobús, trabajar a un carterista experto, lo último en lo que se piensa, mientras se admira pasmado su destreza y su arte, es en la posibilidad de haber sido su anterior víctima.

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