
Me permito una sugerencia. (Aviso de que nada queda más lejos de mis intenciones que incitar a nadie al vandalismo y que no deseo el estrellato televisivo ni la reclusión entre rejas para mí ni para nadie.) Simplemente presento la foto adjunta, tomada en Asunción, capital de Paraguay, como testimonio del tratamiento que las instituciones acertaron a dar a las estatuas del ex-dictador Strössner, recientemente fallecido en su higiénico y discreto exilio, a avanzada edad y con un número nunca esclarecido de muertos en la tortura. (¡Ojalá le sea dado descubrir por sí mismo si el Infierno es tan dantesco como se dice!) Este ejemplo se hallaba en la entrada del palacio presidencial, así que supongo que alguno de nuestros democráticos estadistas la habrá tenido que ver en sus visitas al actual jefe de estado paraguayo, habrá observado que se conserva, rota, castrada, la estatua como testimonio, para que aún se pueda reconocer la peste a dictador; bien inmovilizada entre bloques de hormigón asegurados con cadenas, para que no se olvide lo que se debe al personaje a cuya mayor fama y gloria fue dedicada, y que como Franco y otros tantos, con cada muerte sentía crecer su renombre, degustaba cada asesinato como un nuevo toque al monumento que a sí mismo se estaba haciendo.
2 comentarios:
Te dejo un saludo, me pasearé de vez en cuando por el sitio.
¡¡¡la primera visitante que se atreve a dejar huellas!!!
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